Lo primero que noté fue el murmullo de muchas voces de
hombres leyendo el Corán mientras esperaban al Imam (líder de la congregación)
para que diera el jutbah. Fui transportado instantáneamente de regreso en mi
mente a mi vieja sinagoga y a los susurros idénticos de los ancianos leyendo
los Salmos (Zabur) al comienzo de las oraciones matutinas. Esto me dio un
confortable sentimiento de nostalgia. Un poco después, caminando por otro
lugar, escuché al Imam recitando una Surah. Eso me sonó muy similar a las lecturas
de la Torá que disfrutaba las mañanas de los sábados, de nuevo confortable y
nostálgico. Nada de eso hizo que quisiera regresar a ninguna sinagoga; en lugar
de ello, eso hizo al Islam más confortable y familiar para mí.
Soy lingüista y he sido especialista en el campo de la
investigación. Encontré un libro para aprender idioma somalí y contraté un
tutor, que fue un mejor amigo que un profesor. Aprendí rápidamente los saludos,
sustantivos y verbos comunes, términos de parentesco, los números y cómo decir
la hora. Parte del vocabulario, tomado del árabe, era igual que en swahili y
hebreo. El somalí también está lejanamente relacionado con las lenguas
semíticas. La gramática era similar, sin embargo, realmente era difícil de
aprender, y cuando estuve más ocupado y cansado con el trabajo, nuestras
lecciones se volvieron más conversaciones sobre cultura, política y religión.
Él era lo suficientemente ilustrado para distinguir entre el Islam genuino y
algunos aspectos prevalecientes de la cultura y las supersticiones autóctonas
preislámicas que me habían molestado.
Al cabo de poco, él se ofreció a traer a un sheij a mi casa
para que yo pudiera pronunciar la shahadah. A pesar de todo, aún tenía dudas,
en especial pensando en mi familia. Pero ellos estaban a miles de kilómetros de
distancia y yo estaba viviendo cómodamente en una sociedad musulmana. Tenía
buenos amigos y colegas, y me resultaba claro que gran parte de su bondad se
debía al Islam. Le pedí que trajera al sheij y así lo hizo. Él me preguntó
acerca de mis creencias, y le dije que yo había sido judío, no cristiano (así
que no tenía problemas con la trinidad), y que hacía mucho había dejado la
carne de cerdo, el alcohol, los juegos de azar y la zina, y después que él
estuvo seguro de que yo entendía lo que iba a decir y que conocía los cinco
pilares, declaré mi shahadah. Mi prometida me había sugerido el nombre
Moustafa, que me gustó muchísimo.
Después de tanta vacilación y de posponerlo por tanto
tiempo, sentí un alivio enorme y una sensación restaurada de pertenencia que
había perdido más de lo que me había dado cuenta. Todos mis amigos somalíes
estaban, por supuesto, encantados y me apoyaron mucho. Comenzaron a llamarme
seedi (cuñado). En cuanto pude, compré algo de joyería en oro y volé hasta
Nairobi. Para casarme, tuve que ir a la oficina del qadi en jefe y declarar la
shahadah de nuevo ante algunos testigos, a fin de obtener un certificado
oficial de conversión, cosa que no había en Somalia.
Fuimos ante el qadi e hicimos nuestro nikah. Un par de días
después, tuve que volar de regreso a Mogadishu para retomar mi trabajo. Menos
de un año después, a los 43 años de edad, estaba exultante y bendecido por Dios
al convertirme en padre de un hermoso niño musulmán. Volé a Nairobi, y después
de una breve discusión, estuve de acuerdo con la sugerencia de nombre de mi
esposa. Ahora yo tenía hasta un kunya (apodo), era Abu Jalid, y él fue llamado
así por el gran compañero Jalid Ibn Al Walid, que Allah esté complacido con él.
Probablemente se pregunten si le dije a mi familia acerca de
mi conversión al Islam, y la respuesta es que no lo hice durante un tiempo. Por
supuesto, le dije a mi familia sobre mi matrimonio y ellos no estuvieron
sorprendidos ni disgustados.
Yo era un hombre de mediana edad que debía saber lo que
hacía, y ellos principalmente estaban felices por mi felicidad. Cuando Jalid
nació ellos estaban encantados y querían conocerlo y a su madre. Cuando Jalid
tenía poco más de un año, volví a Boston de vacaciones y llevé conmigo a mi
esposa y a mi hijo. Los dos muchachos, Ali y Yusuf, estaban lejos en un
internado musulmán en el nororiente de Kenia.
Nos recibieron con calidez y cariño, como cualquiera podía
esperar, y fue una gran visita. No hay duda de que un bebé, en especial un
nieto, tiene el efecto más saludable y beneficioso en la gente. Mi esposa había
llevado unos regalitos para mi madre, mi hermana y mis tías, y ellas tenían
también regalitos para ella. Supongo que todos asumieron, como lo había hecho
yo antes, que una musulmana podía casarse con un judío o con un cristiano.
Ellos sabían que mi esposa y nuestros hijos eran musulmanes, y que Jalid había
sido criado como musulmán, y no tenían problema con eso. También sabían que yo
no había sido judío practicante por cerca de 30 años, y ya había estado casado
antes con una no judía. Decidí que si me preguntaban, no mentiría; y si no,
esperaría un momento más oportuno. Hace unos pocos años, finalmente me
preguntaron y les conté. No puedo decir que quedaron complacidos, pero no
estaban sorprendidos, enojados ni fríos conmigo, y seguimos teniendo una
relación cálida y amorosa.
Pasó otro año y me fue extendido el contrato por un año más,
y después de eso perdí mi trabajo. Como el nuevo faraón “quien no conocía a
José”, llegó un director nuevo, quien no vio valor en los programas de inglés y
decidió terminarlos. Yo ya lo había visto venir y había aplicado para un
trabajo similar en Yemen, así que no hice mucha oposición, pero al final el
trabajo en Saná fracasó y como había predicho mi familia, quedé otra vez como
en el principio —bueno, no del todo—.
En 1988, dejé a mi familia en Nairobi y regresé a los
Estados Unidos solo y sin trabajo. Fue muy difícil (también fue en invierno),
pero esta vez tenía algunos ahorros, nuevas habilidades y una hoja de vida más sólida.
Era mejor como buscador de trabajo, conocía mi camino por Washington y había
hecho contactos. Todavía tenía el traje. Lo mejor de todo, tenía mi fe en lugar
de los antidepresivos. Rápidamente conseguí un par de trabajos de profesor de
medio tiempo y un trabajo en una tienda para hombres. Los trabajos de profesor
terminaron, así que vendí trajes tiempo completo durante unos tres años,
siempre buscando un trabajo mejor, hasta que finalmente —me tomó dos años—
logré traer a mi familia e hicimos lo mejor que pudimos, confiando en Dios.
En ese momento, hace cuatro años, un vecino musulmán nos
habló de un instituto islámico nuevo que había sido abierto recientemente,
donde estaban buscando un profesor de inglés. Llamé de inmediato, hice una cita
y me reuní con el director. Por la gracia de Dios, fui contratado para
enseñarle a parte de los empleados y hacer trabajo editorial. Irónicamente,
ahora estoy en un cubículo en una oficina sin ventanas en el norte de Virginia,
¡pero qué diferencia! Estoy en un ambiente islámico, rodeado e inspirado por
buenos hermanos musulmanes, muchos de ellos eruditos excelentes, a quienes amo
y respeto mucho, y de quienes aprendo a diario. ¿Y en qué trabajo? Leyendo
libros sobre Islam, editando manuscritos sobre Islam, y escribiendo acerca de
lo que leo. En esencia, se me paga por estudiar Corán, Hadiz, Aquidah, Fiqh,
Sirah, historia islámica y árabe. Doy gracias a Dios y Lo alabo todos los días
por llevarme al Islam y por colmarme con todas estas bendiciones. Alhamdulillah
Rabbil alamin.
Tomado de: www.islamreligion.com
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