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jueves, 1 de mayo de 2014

Dr. Moustafa Mould, exjudío, EE.UU. (parte 5)


Lo primero que noté fue el murmullo de muchas voces de hombres leyendo el Corán mientras esperaban al Imam (líder de la congregación) para que diera el jutbah. Fui transportado instantáneamente de regreso en mi mente a mi vieja sinagoga y a los susurros idénticos de los ancianos leyendo los Salmos (Zabur) al comienzo de las oraciones matutinas. Esto me dio un confortable sentimiento de nostalgia. Un poco después, caminando por otro lugar, escuché al Imam recitando una Surah. Eso me sonó muy similar a las lecturas de la Torá que disfrutaba las mañanas de los sábados, de nuevo confortable y nostálgico. Nada de eso hizo que quisiera regresar a ninguna sinagoga; en lugar de ello, eso hizo al Islam más confortable y familiar para mí.

Soy lingüista y he sido especialista en el campo de la investigación. Encontré un libro para aprender idioma somalí y contraté un tutor, que fue un mejor amigo que un profesor. Aprendí rápidamente los saludos, sustantivos y verbos comunes, términos de parentesco, los números y cómo decir la hora. Parte del vocabulario, tomado del árabe, era igual que en swahili y hebreo. El somalí también está lejanamente relacionado con las lenguas semíticas. La gramática era similar, sin embargo, realmente era difícil de aprender, y cuando estuve más ocupado y cansado con el trabajo, nuestras lecciones se volvieron más conversaciones sobre cultura, política y religión. Él era lo suficientemente ilustrado para distinguir entre el Islam genuino y algunos aspectos prevalecientes de la cultura y las supersticiones autóctonas preislámicas que me habían molestado.

Al cabo de poco, él se ofreció a traer a un sheij a mi casa para que yo pudiera pronunciar la shahadah. A pesar de todo, aún tenía dudas, en especial pensando en mi familia. Pero ellos estaban a miles de kilómetros de distancia y yo estaba viviendo cómodamente en una sociedad musulmana. Tenía buenos amigos y colegas, y me resultaba claro que gran parte de su bondad se debía al Islam. Le pedí que trajera al sheij y así lo hizo. Él me preguntó acerca de mis creencias, y le dije que yo había sido judío, no cristiano (así que no tenía problemas con la trinidad), y que hacía mucho había dejado la carne de cerdo, el alcohol, los juegos de azar y la zina, y después que él estuvo seguro de que yo entendía lo que iba a decir y que conocía los cinco pilares, declaré mi shahadah. Mi prometida me había sugerido el nombre Moustafa, que me gustó muchísimo.

Después de tanta vacilación y de posponerlo por tanto tiempo, sentí un alivio enorme y una sensación restaurada de pertenencia que había perdido más de lo que me había dado cuenta. Todos mis amigos somalíes estaban, por supuesto, encantados y me apoyaron mucho. Comenzaron a llamarme seedi (cuñado). En cuanto pude, compré algo de joyería en oro y volé hasta Nairobi. Para casarme, tuve que ir a la oficina del qadi en jefe y declarar la shahadah de nuevo ante algunos testigos, a fin de obtener un certificado oficial de conversión, cosa que no había en Somalia.

Fuimos ante el qadi e hicimos nuestro nikah. Un par de días después, tuve que volar de regreso a Mogadishu para retomar mi trabajo. Menos de un año después, a los 43 años de edad, estaba exultante y bendecido por Dios al convertirme en padre de un hermoso niño musulmán. Volé a Nairobi, y después de una breve discusión, estuve de acuerdo con la sugerencia de nombre de mi esposa. Ahora yo tenía hasta un kunya (apodo), era Abu Jalid, y él fue llamado así por el gran compañero Jalid Ibn Al Walid, que Allah esté complacido con él.
Probablemente se pregunten si le dije a mi familia acerca de mi conversión al Islam, y la respuesta es que no lo hice durante un tiempo. Por supuesto, le dije a mi familia sobre mi matrimonio y ellos no estuvieron sorprendidos ni disgustados.

Yo era un hombre de mediana edad que debía saber lo que hacía, y ellos principalmente estaban felices por mi felicidad. Cuando Jalid nació ellos estaban encantados y querían conocerlo y a su madre. Cuando Jalid tenía poco más de un año, volví a Boston de vacaciones y llevé conmigo a mi esposa y a mi hijo. Los dos muchachos, Ali y Yusuf, estaban lejos en un internado musulmán en el nororiente de Kenia.

Nos recibieron con calidez y cariño, como cualquiera podía esperar, y fue una gran visita. No hay duda de que un bebé, en especial un nieto, tiene el efecto más saludable y beneficioso en la gente. Mi esposa había llevado unos regalitos para mi madre, mi hermana y mis tías, y ellas tenían también regalitos para ella. Supongo que todos asumieron, como lo había hecho yo antes, que una musulmana podía casarse con un judío o con un cristiano. Ellos sabían que mi esposa y nuestros hijos eran musulmanes, y que Jalid había sido criado como musulmán, y no tenían problema con eso. También sabían que yo no había sido judío practicante por cerca de 30 años, y ya había estado casado antes con una no judía. Decidí que si me preguntaban, no mentiría; y si no, esperaría un momento más oportuno. Hace unos pocos años, finalmente me preguntaron y les conté. No puedo decir que quedaron complacidos, pero no estaban sorprendidos, enojados ni fríos conmigo, y seguimos teniendo una relación cálida y amorosa.

Pasó otro año y me fue extendido el contrato por un año más, y después de eso perdí mi trabajo. Como el nuevo faraón “quien no conocía a José”, llegó un director nuevo, quien no vio valor en los programas de inglés y decidió terminarlos. Yo ya lo había visto venir y había aplicado para un trabajo similar en Yemen, así que no hice mucha oposición, pero al final el trabajo en Saná fracasó y como había predicho mi familia, quedé otra vez como en el principio —bueno, no del todo—.

En 1988, dejé a mi familia en Nairobi y regresé a los Estados Unidos solo y sin trabajo. Fue muy difícil (también fue en invierno), pero esta vez tenía algunos ahorros, nuevas habilidades y una hoja de vida más sólida. Era mejor como buscador de trabajo, conocía mi camino por Washington y había hecho contactos. Todavía tenía el traje. Lo mejor de todo, tenía mi fe en lugar de los antidepresivos. Rápidamente conseguí un par de trabajos de profesor de medio tiempo y un trabajo en una tienda para hombres. Los trabajos de profesor terminaron, así que vendí trajes tiempo completo durante unos tres años, siempre buscando un trabajo mejor, hasta que finalmente —me tomó dos años— logré traer a mi familia e hicimos lo mejor que pudimos, confiando en Dios.


En ese momento, hace cuatro años, un vecino musulmán nos habló de un instituto islámico nuevo que había sido abierto recientemente, donde estaban buscando un profesor de inglés. Llamé de inmediato, hice una cita y me reuní con el director. Por la gracia de Dios, fui contratado para enseñarle a parte de los empleados y hacer trabajo editorial. Irónicamente, ahora estoy en un cubículo en una oficina sin ventanas en el norte de Virginia, ¡pero qué diferencia! Estoy en un ambiente islámico, rodeado e inspirado por buenos hermanos musulmanes, muchos de ellos eruditos excelentes, a quienes amo y respeto mucho, y de quienes aprendo a diario. ¿Y en qué trabajo? Leyendo libros sobre Islam, editando manuscritos sobre Islam, y escribiendo acerca de lo que leo. En esencia, se me paga por estudiar Corán, Hadiz, Aquidah, Fiqh, Sirah, historia islámica y árabe. Doy gracias a Dios y Lo alabo todos los días por llevarme al Islam y por colmarme con todas estas bendiciones. Alhamdulillah Rabbil alamin.


Tomado de: www.islamreligion.com


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